En
tiempos de guerra podemos encontrar entre los escombros a una mujer
que ha intentado hacerse más fuerte y sobrevivir a las pruebas que
le ha sometido el siglo en el que le ha tocado vivir. La vida de esta
mujer anónima de Berlin Streasse de la que solo sabemos que antes de
que todo el sufrimiento empezara era una periodista con una vida
normal que vivía el día a día de una manera corriente pero feliz
ha dado un giro brutal desde el momento que atacaron su hogar pues
ahora en medio de las muertes, el miedo, el frío, el hambre y todo
lo que la guerra trae consigo su único gozo y distracción es
escribir. Escribir lo que esta viviendo durante estos momentos.

Ante
el panorama la gran mayoría empezaba a rendirse. Ahora todo quedaba
en manos de la última defensa enviada por Goebbels, ministro
nacionalista de Propaganda de Adolf Hitler (Líder
del Partido nazi),
y su sombra en todo momento, llamada las milicias del Volkssturm,
donde se encontraban las juventudes Hitlerianas. Ella lo único que
recuerda de esos niños soldado, tal y como nos cuenta en su libro,
eran sus voces mientras se encaminaban hacia la guerra. Que tuvieran
que luchar por su país siendo tan jóvenes le parecía una locura.
Ella
no podía escapar de allí, los trenes para viajar estaban permitidos
solamente a las personas que tenían el billete de la clase III y
ella no tenía ese placer. Vivía en una bohardilla de un antiguo
colega suyo que estaba luchando en la guerra, aunque solía pasar más
tiempo en el refugio y más últimamente debido al redoble constante
de los disparos del calibre más grueso que avecinaban peligro. Su
refugio era un lugar poco resistente que olía por todas partes a
resina, una cueva oscura y miserable pero que de momento era el único
refugio que tenía donde protegerse.
Siempre
andaba buscando algo útil, es decir, algo comestible pues durante
todo el tiempo que esa guerra duró o incluso después llegó a
sentirse como una persona hambrienta de verdad, su centro vital era
su barriga y su pasatiempo era buscar algo con que llenarla. De
momento, se apañaba con pequeñas porciones de comida que se
repartían en la calle, que no sucedieron muy a menudo y por las que
tuvo que esperar una cola interminable de dos horas bajo la lluvia
para conseguirlas. Cosas como un poco de sémola, un poco de carne y
embutidos entre otras cosas que no le llenaban mucho ni le llegaban
para demasiado tiempo.
Los
periódico tampoco llegaban ya a su ciudad, por lo tanto estaba
aislada y sin información de lo que les estaba golpeando. Los únicos
datos que recibía eran rumores que oía, algo poco fiable pero, algo
al fin y al cabo. Últimamente las noticias que se escuchaban eran
situaciones trágicas que la guerra les producía a personas cercanas
a ella y nuevos nombres de localidades, como, Mincheberg, Seelow,
Buchholz y otras localidades ocupadas como Braunawer Strasse.
Cada
día que pasaba el ruido de la guerra se acercaba más y más, los
suelos temblaban, las paredes también, el humo tapaba el cielo, las
ventanas se rompían. Y apenas dormía unas horas porque los
bombardeos no le dejaban, en parte por el ruido y en parte por el
miedo.
El
25 de abril, la ciudad de Berlín se quedó sin agua, sin gas y sin
electricidad. En ese momento se sintió como una habitante de las
cavernas, pues ahora cacharros que les había dado la era moderna
como la radio, la calefacción central o la cocina de gas eran
completamente inútiles en cuanto falló la central. Según redacta
en las líneas de su anagrama, se avecinaban tiempos de frío, en los
que para escribir precisaría una o varias velas y para conseguir
agua tenía que salir ella misma a la calle a buscarla, bombearla y
cargar con los cubos llenos, de nuevo hasta su bohardilla.
El
viernes, 27 de abril el enemigo había avanzado y las líneas
alemanas estaban justo enfrente de ellos. En poco tiempo las calles
se llenaron de rusos del Ejército Rojo que montaban su campaña y
saqueaban algunos refugios. Y aquel día ocurrió la primera
desgracia que iría sucediendo a otras durante los próximos días,
unos rusos borrachos entraron en su nueva casa y mediante la fuerza
hicieron con Ella lo que les vino en gana. Como le hubiera gustado en
aquel momento poder abandonar su cuerpo para no sentir el dolor, el
asco. Y ella aunque sabía un poco de su idioma e intentaba entablar
conversación con ellos resultaba en vano. Ellos y los siguientes a
estés primeros, que sin duda perdió la cuenta de cuantos fueron,
sabían perfectamente lo que querían y lo iban a hacer sin
importarles que mujer era. La violaban y la maltrataban sin piedad
alguna hasta satisfacer sus necesidades.
Ella
hasta pensó en buscar un oficial del más alto rango, que la
protegiera, porque si tenía que suceder aquello que por lo menos
fuera solo con uno y no con todos, pero se dio cuenta que la
jerarquía militar no tenía validez en esos momentos, que no
importaba el rango al cual pertenecían, seguían teniendo la misma
educación. Los rusos no valoraban nada, ni los propios objetos que
saqueaban de los refugios que estaban a su merced. Se hacían con
ellos y en cuanto se aburrían los tiraban o volvían a regalar. De
la misma manera trataban a las mujeres. Como un botín que pasa de
mano en mano. Hasta a sus caballos los trataban mejor y los hombres
alemanes no tenían más remedio que entregarles a sus mujeres por no
llevarles la contraria a sus enemigos, aunque no lo desearan hacer,
cuenta la autora con resignación.
El
resultado de la batalla ya estaba sellado pero la insistencia de
Hitler en seguir la lucha impedía la rendición. Él no quería que
Alemaña volviera a pasar por la misma humillación que sucedió en
la Primera Guerra Mundial.
El
30 de abril, Hitler se suicida en la capital del Tercer Reich
(Berlín), lugar que se negaba a abandonar porque era como su centro
alemán nazi. Hitler se suicidó como muchos otros, preferían eso
antes que estar bajo el poder de los rusos. El 2 de mayo el general
Weiding con su estado mayor envió un mensaje al general soviético
solicitando la rendición incondicional con la única esperanza de
que sean generosos con ellos, difícil de cumplir después de haber
conocido su Régimen totalitario. El 8 de mayo los rusos finalmente
se fueron de la cuidad berlinesa. La Segunda Guerra Mundial llegó a
su fin.
Los
Soviéticos querían terminar con los nazis, evitar que el poder
alemán siguiera creciendo, vencer y derribar a Hitler y su Dictadura
y lo habían conseguido. Todo lo hicieron por venganza,
puesto que
los alemanes unidos a Italia, Rumanía y Hungría, no actuaron de
una manera diferente a ellos cuando invadieron la URSS en 1941,
durante la Operación Barbarroja. Ante tal situación no se pueden
buscar culpables. Nadie tiene más culpa que el otro pues ambas
partes han echo cosas horribles. El problema son las consecuencias de
tales enfrentamientos. En este caso pese a que las mujeres no eran
responsables de la guerra fueron las que recibieron el castigo más
duro. Eran las que vivían en una constante intranquilidad por el
gran número de hombres que llamaban a sus puertas y les gritaban que
les abrieran y les dejaran pasar. Fueron las que recibieron abusos y
violaciones sin protección que tiempo después pasaron a llamar a
esos acosos simples relaciones coactivas. Ellas fueron las
humilladas, ofendidas, degradadas a objeto sexual y las que sintieron
la asquerosa sensación de pasar de mano en mano. La guerra a
terminado, si, pero ha dejado recuerdos inolvidables y pasará un
tiempo hasta que el miedo desaparezca del cuerpo de estas mujeres.
BIBLIOGRAFÍA:
-Wikipedia -> Batalla de Berlín
-Libro -> Una mujer en Berlín
-Película -> Día D. Toma de Berlín. El sueño que murió.