miércoles, 12 de junio de 2013

Una mujer en Berlín

En tiempos de guerra podemos encontrar entre los escombros a una mujer que ha intentado hacerse más fuerte y sobrevivir a las pruebas que le ha sometido el siglo en el que le ha tocado vivir. La vida de esta mujer anónima de Berlin Streasse de la que solo sabemos que antes de que todo el sufrimiento empezara era una periodista con una vida normal que vivía el día a día de una manera corriente pero feliz ha dado un giro brutal desde el momento que atacaron su hogar pues ahora en medio de las muertes, el miedo, el frío, el hambre y todo lo que la guerra trae consigo su único gozo y distracción es escribir. Escribir lo que esta viviendo durante estos momentos.
Desde el 20 de abril de 1945, se dio cuenta que el retumbar de los cañones que ayer se oían a lo lejos, desde hoy, cada vez están más cerca. Ella y toda la gente a su al rededor se encuentran en un cerco de cañones que se va estrechando a cada hora que pasa, pues los ejércitos que los atacan cada vez están más cerca, acorralándolos y atacándolos con todo lo que tienen. Por el Oeste se encontraban los Aliados (británicos y estadounidenses) y por el Este avanzaban los Soviéticos. Los alemanes estaban perdiendo. Algo que se veía venir desde que cometieron el primer fallo que les costó la cumbre del Tercer Reich el 23 de agosto de 1942, cuando perdieron la primera batalla contra los Soviéticos en Stalingrado. Ahí cayeron el la trampa de los rusos y fue el momento que dio comienzo a su perdición.
Ante el panorama la gran mayoría empezaba a rendirse. Ahora todo quedaba en manos de la última defensa enviada por Goebbels, ministro nacionalista de Propaganda de Adolf Hitler (Líder del Partido nazi), y su sombra en todo momento, llamada las milicias del Volkssturm, donde se encontraban las juventudes Hitlerianas. Ella lo único que recuerda de esos niños soldado, tal y como nos cuenta en su libro, eran sus voces mientras se encaminaban hacia la guerra. Que tuvieran que luchar por su país siendo tan jóvenes le parecía una locura.
Ella no podía escapar de allí, los trenes para viajar estaban permitidos solamente a las personas que tenían el billete de la clase III y ella no tenía ese placer. Vivía en una bohardilla de un antiguo colega suyo que estaba luchando en la guerra, aunque solía pasar más tiempo en el refugio y más últimamente debido al redoble constante de los disparos del calibre más grueso que avecinaban peligro. Su refugio era un lugar poco resistente que olía por todas partes a resina, una cueva oscura y miserable pero que de momento era el único refugio que tenía donde protegerse.
Siempre andaba buscando algo útil, es decir, algo comestible pues durante todo el tiempo que esa guerra duró o incluso después llegó a sentirse como una persona hambrienta de verdad, su centro vital era su barriga y su pasatiempo era buscar algo con que llenarla. De momento, se apañaba con pequeñas porciones de comida que se repartían en la calle, que no sucedieron muy a menudo y por las que tuvo que esperar una cola interminable de dos horas bajo la lluvia para conseguirlas. Cosas como un poco de sémola, un poco de carne y embutidos entre otras cosas que no le llenaban mucho ni le llegaban para demasiado tiempo.
Los periódico tampoco llegaban ya a su ciudad, por lo tanto estaba aislada y sin información de lo que les estaba golpeando. Los únicos datos que recibía eran rumores que oía, algo poco fiable pero, algo al fin y al cabo. Últimamente las noticias que se escuchaban eran situaciones trágicas que la guerra les producía a personas cercanas a ella y nuevos nombres de localidades, como, Mincheberg, Seelow, Buchholz y otras localidades ocupadas como Braunawer Strasse.
Cada día que pasaba el ruido de la guerra se acercaba más y más, los suelos temblaban, las paredes también, el humo tapaba el cielo, las ventanas se rompían. Y apenas dormía unas horas porque los bombardeos no le dejaban, en parte por el ruido y en parte por el miedo.
El 25 de abril, la ciudad de Berlín se quedó sin agua, sin gas y sin electricidad. En ese momento se sintió como una habitante de las cavernas, pues ahora cacharros que les había dado la era moderna como la radio, la calefacción central o la cocina de gas eran completamente inútiles en cuanto falló la central. Según redacta en las líneas de su anagrama, se avecinaban tiempos de frío, en los que para escribir precisaría una o varias velas y para conseguir agua tenía que salir ella misma a la calle a buscarla, bombearla y cargar con los cubos llenos, de nuevo hasta su bohardilla.
Al día siguiente, la gente comenzó a saquear las tiendas pues ya no quedaba comida y tenían que conseguirla de algún lado. Empujones, pisotones e insultos sucedían entre todas las personas que se apiñaban y trataban de conseguir, lo que para ellos eran los más preciados manjares del mundo. En esos momentos ya nadie era generoso, todos guardaban lo poco que tenían y lo escondían para que nadie se lo robara. Aquel mismo día, mientras se encontraba en su refugio, una bomba rusa golpeó su edificio y lo hizo temblar. Su bohardilla, a la que empezaba a coger cariño quedó destrozada y tuvo que mudarse a la casa de una mujer viuda que era su vecina y que le ofreció una cama.

El viernes, 27 de abril el enemigo había avanzado y las líneas alemanas estaban justo enfrente de ellos. En poco tiempo las calles se llenaron de rusos del Ejército Rojo que montaban su campaña y saqueaban algunos refugios. Y aquel día ocurrió la primera desgracia que iría sucediendo a otras durante los próximos días, unos rusos borrachos entraron en su nueva casa y mediante la fuerza hicieron con Ella lo que les vino en gana. Como le hubiera gustado en aquel momento poder abandonar su cuerpo para no sentir el dolor, el asco. Y ella aunque sabía un poco de su idioma e intentaba entablar conversación con ellos resultaba en vano. Ellos y los siguientes a estés primeros, que sin duda perdió la cuenta de cuantos fueron, sabían perfectamente lo que querían y lo iban a hacer sin importarles que mujer era. La violaban y la maltrataban sin piedad alguna hasta satisfacer sus necesidades.
Ella hasta pensó en buscar un oficial del más alto rango, que la protegiera, porque si tenía que suceder aquello que por lo menos fuera solo con uno y no con todos, pero se dio cuenta que la jerarquía militar no tenía validez en esos momentos, que no importaba el rango al cual pertenecían, seguían teniendo la misma educación. Los rusos no valoraban nada, ni los propios objetos que saqueaban de los refugios que estaban a su merced. Se hacían con ellos y en cuanto se aburrían los tiraban o volvían a regalar. De la misma manera trataban a las mujeres. Como un botín que pasa de mano en mano. Hasta a sus caballos los trataban mejor y los hombres alemanes no tenían más remedio que entregarles a sus mujeres por no llevarles la contraria a sus enemigos, aunque no lo desearan hacer, cuenta la autora con resignación.
El miedo se apoderó de la ciudad. Miedo a las personas que podían entrar en sus casas, miedo a morir de hambre o a manos de los rusos, miedo a salir a la calle más allá de tres pasos, pues no estaban los tiempos para andar dando paseos.
El resultado de la batalla ya estaba sellado pero la insistencia de Hitler en seguir la lucha impedía la rendición. Él no quería que Alemaña volviera a pasar por la misma humillación que sucedió en la Primera Guerra Mundial.
El 30 de abril, Hitler se suicida en la capital del Tercer Reich (Berlín), lugar que se negaba a abandonar porque era como su centro alemán nazi. Hitler se suicidó como muchos otros, preferían eso antes que estar bajo el poder de los rusos. El 2 de mayo el general Weiding con su estado mayor envió un mensaje al general soviético solicitando la rendición incondicional con la única esperanza de que sean generosos con ellos, difícil de cumplir después de haber conocido su Régimen totalitario. El 8 de mayo los rusos finalmente se fueron de la cuidad berlinesa. La Segunda Guerra Mundial llegó a su fin.

Los Soviéticos querían terminar con los nazis, evitar que el poder alemán siguiera creciendo, vencer y derribar a Hitler y su Dictadura y lo habían conseguido. Todo lo hicieron por venganza,
puesto que los alemanes unidos a Italia, Rumanía y Hungría, no actuaron de una manera diferente a ellos cuando invadieron la URSS en 1941, durante la Operación Barbarroja. Ante tal situación no se pueden buscar culpables. Nadie tiene más culpa que el otro pues ambas partes han echo cosas horribles. El problema son las consecuencias de tales enfrentamientos. En este caso pese a que las mujeres no eran responsables de la guerra fueron las que recibieron el castigo más duro. Eran las que vivían en una constante intranquilidad por el gran número de hombres que llamaban a sus puertas y les gritaban que les abrieran y les dejaran pasar. Fueron las que recibieron abusos y violaciones sin protección que tiempo después pasaron a llamar a esos acosos simples relaciones coactivas. Ellas fueron las humilladas, ofendidas, degradadas a objeto sexual y las que sintieron la asquerosa sensación de pasar de mano en mano. La guerra a terminado, si, pero ha dejado recuerdos inolvidables y pasará un tiempo hasta que el miedo desaparezca del cuerpo de estas mujeres. 



BIBLIOGRAFÍA:
-Wikipedia -> Batalla de Berlín
-Libro -> Una mujer en Berlín
-Película -> Día D. Toma de Berlín. El sueño que murió.